Por Lewis Gordon
(Traducción del documento anterior "Farewell" por
Alejandro de Oto)
Junto con millones, quizá miles de millones, enciendo una
vela el cinco de diciembre de 2013 en memoria de Nelson Rolihlahla Mandela, Madiba o Tata,
como cariñosamente se lo nombra en la lengua Xhosa de su tierra natal, Azania,
conocida ahora a través de su nombre colonial y del postapartheid, Sudáfrica.
La luz de la vela tiene muchos significados en distintas
sociedades. En tanto luz, ella significa revelar un sendero para el nuevo
viaje. Para los vivos, brilla sobre nosotros una forma de conexión continua,
revelándonos algo en lo que reflejarnos. Y para los profundamente religiosos,
como algo que debe dejarse a su propio curso, nos recuerda, como en la oración
del luto del Judaísmo, el Kaddish, que todo queda en última instancia en manos
de Dios.
Mandela apropiadamente murió como vivió. Su vida fue una
paradoja de paz y violencia, luchando contra el odio por medio del coraje y el
amor. El murió de un modo saludable, enfrentando la enfermedad con el coraje
característico y con el estatus inusual de ser un ex funcionario de un país
africano cuya estatura moral lo convirtió en un líder perpetuo. A la par que
enfrentó la violencia y el sufrimiento durante toda su vida, murió de la forma
que lo señala la metáfora de aquello que cultivó: en paz.
Podrá haber muchos adjetivos para dar una visión de lo que
este gran hombre representó. Quizá no haya sino dos tan precisos como coraje y dignidad.
Sus 27 años de prisionero político en la infame Robben
Island podrían haberse evitado si no hubiera insistido en una liberación
incondicional. Su estatura, la lucha que corporizó, y el grito de guerra de su
misión, se levantó como recordatorio frente a aquellos que ven a los africanos
y, con mala fe, intentan pensar de otro modo: las fuerzas del colonialismo, la
misantropía y el racismo siempre estuvieron equivocados y continúan estándolo.
Mandela se puso de pie y se atrevió a declarar: "Somos seres
humanos."
Muchos rehusaron escucharlo, pero las mareas de la historia
fueron contra el apartheid, el sistema de segregación creado por el gobierno
independiente de Sudáfrica que estuvo vigente desde 1948 hasta 1994, un
conjunto de instituciones, deberíamos recordar, modeladas tras los Estados
Unidos. La lucha tomó muchas formas, desde la protesta civil, la insurrección y
un eventual estratagema económica de desinversión que paralizó la economía del
régimen racista. Pero eso también juntó
a todo el mundo y sumó la experiencia de varias generaciones, como la juventud
en Londres, donde se unió el poder de la música, con el sencillo de 1984 "Free Nelson Mandela", escrita por
Jerry Dammers e interpretada por The Special AKA. La canción se convirtió en un
himno de la lucha contra el apartheid y ofreció, al final, lo que muchas
personas siguen queriendo detrás de la mayoría de las luchas de liberación: un
Mesías.
La lucha contra el apartheid tuvo muchos revolucionarios
caídos como Steven Bantu Biko (el principal teórico de la Conciencia Negra) y
Chris Hani (líder del Partido Comunista de Sudáfrica). El primero fue asesinado
en 1977 y el segundo en 1993. Pasaron muchas cosas a partir de 1994, cuando
Mandela se convirtió en presidente, muchas de los cuales ni Biko ni Hani
hubieran aprobado. Mandela ahora se les ha unido como un antepasado, pero su
lugar en la memoria histórica trae una palabra adicional, una más aceptable
para el mundo político que ocurrió bajo su mandato, y es quizás una trampa
peligrosa de la paradoja, como lo vemos
en alguien como Barack Obama, que tal vez no hubiera ocurrido sino por
el precedente de Mandela: el liderazgo moral.
Sí, Sudáfrica era una imitación de los Estados Unidos, y
entonces el niño se convirtió en el padre cuando los EE.UU. se hicieron eco
recientemente de África del Sur en las elecciones presidenciales de Obama, sin
otro tema que las fallas morales de los dos países más que sus pasados y
presentes racistas. Y allí, también, está la ironía: salvar estos países
requiere encarnar el más grande los miedos- es decir, la representación negra.
Sin embargo, esa figura no podía emerger como representación negra, lo que
significó una paradoja adicional, tal como lo vemos hoy en el sur de África y
en Estados Unidos: los Mesías son excepciones por definición, no son la regla.
Si miramos los premios recibidos por Mandela, ellos ya indican que no podría
ser el modelo de un hombre o de una
mujer común:
Premio Nobel de la Paz, Bharat Ratna, Time's Person of the
Year, Sakharov Prize, Presidential Medal of Freedom, Congressional Gold Medal,
Arthur Ashe Courage Award, Queen Elizabeth II Diamond Jubilee Medal, Gandhi
Peace Prize, Philadelphia Liberty Medal, Jawaharlal Nehru Award for
International Understanding, Lenin Peace Prize, Queen Elizabeth II Golden
Jubilee Medal, Nishan-e-Pakistan, Al-Gaddafi International Prize for Human
Rights, Ambassador of Conscience Award, Premio Internacional Simón Bolívar,
Premio de las Naciones Unidas en el campo de los Derechos Humanos, Order of the
Nile, World Citizenship Award, U Thant Peace Award, Félix Houphouët-Boigny
Peace Prize, Isitwalandwe Medal, Indira Gandhi Award for International Justice
and Harmony, Freedom of the City of Aberdeen, Bruno Kreisky Award,
UNESCO Peace Prize, Carter–Menil Human Rights Prize, Bishop
John T. Walker Distinguished Humanitarian Service Award, Giuseppe Motta Medal,
Ludovic-Trarieux International Human Rights Prize, J. William Fulbright Prize
for International Understanding, W E B DuBois International Medal, Premio
Príncipe de Asturias por la Cooperación Internacional, Harvard Business School
Statesman of the Year Award.
La lista de Obama no es muy diferente e incluye montañas que
llevan su nombre. Pero de nuevo, la excepción confirma la regla. Uno podría
amar a Mandela y a Obama, mientras continúa odiando a la gente negra. Mientras
que la vida simbólica en las altas esferas ha cambiado, la vida mundana de
muchas personas de todas las razas permanece igual.
Una de las parodias del asalto a la humanidad que marcó el
mundo moderno es que el más moral de los hombres podría supervisar al más cruel
de los regímenes.
Sin embargo, seríamos negligentes al insistir en lo ridículo
¿Deberían por lo tanto estos grandes hombres haber tratado de ser inmorales?
¿Qué podríamos decir de un mundo que ha hecho que ser ético, que es incluso
mayor que moral, sea la forma más segura de parecer un tonto?
Las personas morales no siempre son éticas. Los primeros
siguen las reglas; ellos tratan de hacer siempre lo correcto, pero las personas
éticas a veces aparecen como inmorales. Son con frecuencia personas valientes
que sufren por un mundo que las puede herir por su obvia imperfección, marcadas
por el coraje, el de romper las reglas.
El mundo quiere Mesías. Pero Dios nos envía seres humanos.
Somos afortunados, sin embargo, que algunos sean algo más de lo que aún ellos
mismos imaginan.
He escrito mucho sobre Frantz Fanon, el famoso psiquiatra y
filósofo revolucionario de la liberación que murió el seis de diciembre de
1961. Mandela era 7 años mayor y lo sobrevivió un corto día de 42 años. Fanon
enfrentó la violencia pero murió de neumonía debido a las complicaciones de una
leucemia. Aunque aparentemente es el azar, es raro que estos dos grandes
hombres murieran a causa de infecciones pulmonares. Nuestro pulmones, capaces
de respirar, y la conciencia mítica nos
recuerdan el aliento de la vida. Las obras de estos grandes hombres fueron como
el aliento de la vida en las naciones en las cuales lucharon. Y como ellos,
ellas también desaparecieron; sus hijos y naciones enfrentan ahora un terrible
recordatorio: nadie vive para siempre.
La sabiduría de Mandela fue ser una sola vez Presidente de
Sudáfrica. La razón filosófica y política fue clásicamente fanoniana:
consciente de los problemas de Moisés, donde aquellos que dirigen el rumbo
hacia a la tierra prometida son al mismo tiempo los más capaces de ponerla en
peligro, Mandela decidió mostrar con el ejemplo una alternativa a lo que había
sucedido en otros estados poscoloniales, donde luego de la expulsión de los
colonizadores, los liberadores devinieron en el mayor obstáculo para una
libertad genuina. Sin embargo, creo que este gran hombre también tenía una
consideración adicional en mente. Mandela comprendió que él mismo era una idea.
Aunque él estaba en la carne, lo que representaba en la imaginación era mucho
más. A la par que resultaba inspirador, esto también era peligroso porque la
vida política requiere posibilidad. Si la barra es demasiado alta, ningún otro
podría alcanzarla ¿Qué estándar más alto habría que devenir un dios?
La decisión de Mandela de ser sólo una vez presidente, como
mucho en su vida, fue una paradoja. Al quedarse en el camino, dejando lugar
para otros, irónicamente puso un estándar aún más alto: humildad, cuyo amor es
la paciencia y la fe democrática. Estableció así un estándar de la posibilidad
humana.
De ese modo, a medida que veo el parpadeo de la llama, y
cuando finalmente se apague, digo, en una apreciación compartida por muchos:
Gracias, Nelson Rolihlahla Mandela, porque tus obras inspiran a muchos de
nosotros para apuntar alto, mientras que al mismo tiempo nos recuerdan que
eras, por encima de todo, un ser humano, con las limitaciones que ello encarna,
lo que hace de la esperanza, del amor y la posibilidad algo tan preciosos.
Adiós, Madiba. Adiós.
En homenaje a Mandela. Con humildad.
Por Alejandro de Oto
En el año 2000 tuve la enorme suerte de estar en Sudáfrica
por un tiempo. El viaje fue principalmente por Cape Town y la Provincia del
Cabo. Recuerdo que a pocos años del fin del apartheid todo estaba fresco en la
memoria. Hablé con cuanta persona pude y en una pequeña libreta anotaba las
frases que, imaginé entonces, serían mis registros para el futuro acerca de un tiempo
de transición del que era un breve pero privilegiado observador. Dos frases que
reflejaban el humor de entonces y una situación me impresionaron. Un joven
blanco, en cuyo bed and breakfast me alojaba, cuando le pregunté cómo era vivir
en Sudáfrica me respondió: "Es un tiempo difícil, antes fuimos forzados a
vivir separados". Recuerdo que imaginé muchas traducciones irónicas de esa
frase pero luego entendí que en él era un sentimiento sincero. Una segunda
situación ocurrió en la casa de una pareja, blancos ambos, la mujer argentina,
que habían adoptado un niño negro. No se trataba de gente atravesada por
ninguna posición política progresista por lo que aparecían, constantemente,
palabras que se escuchan, por ejemplo, en mesas de clase media argentina, "la
ciudad es un desastre, no hay orden, la inseguridad, etc." Sin embargo,
ambos estaban profundamente concernidos con la vida de su pequeño hijo para que
no perdiera sus vínculos con la cultura y lengua Xhosa (la lengua natal de
Mandela), al tiempo que el niño hablaba ya, inglés, español y afrikaans. No
pude sino imaginar un futuro espléndido para él. La tercera frase o situación
la anoté en ocasión de una charla ocasional de turista en una pizzería en el
V&A Waterfront de Cape Town. Allí un joven sudafricano, estudiante del
politécnico, de origen malayo, al escuchar mi raro acento detectó que era
argentino y como es propio de esas situaciones hablamos durante media hora de
Maradona. En un momento le pregunté, ya en confianza, si había blancos pobres
en Sudáfrica y me respondió con un tono irónico que es propio de los
supervivientes: "si los hay deben ser estúpidos". En ese viaje,
además de ir a la universidad, visité los lugares indicados por las guías de
turismo. De todos los sitios el que más profundo impacto me produjo fue Robben
Island.
Escuché durante toda mi vida a argentinos alabar el orden
del apartheid sin ningún tapujo. Cuando vi la prisión terrible, con su estética
de campo de concentración nazi y con vista a la hermosa Cape Town, comprendí un
poco más de cuán perverso puede ser un régimen. Coincidió mi viaje a la isla,
en un ferry, con Ahmed Kathrada, compañero de militancia de Mandela. Una frase
sobre la estupidez y la pequeñez de mente del apartheid escrita por él se vende
en un poster en el V&A Waterfront (aún lo conservo en mi oficina). La
Sudáfrica de ese año, tal como creo lo muestran sutilmente las frases y
situaciones que narré antes, se experimentaba en sus calles, era vibrante,
llena de energía y todo parecía y merecía ser puesto bajo consideración. Nadie
podía distraerse de los procesos de cambio. Recuerdo que cuando me subí al
avión en Johannesburg para regresar a Argentina (apenas siete horas de vuelo)
no pude contener las emociones que había vivido en esas semanas y le dije a una
oficial de aduanas que tenían un gran país, un gran lugar para vivir. Lo dije
pensando en las situaciones que narré aquí y en muchas otras que tienen que ver
con lo pequeño de la vida, con lo cotidiano, que es donde casi siempre se juega
nuestra existencia.
?Ocho años después, ya lejos del viaje a Sudáfrica, y con la
memoria de aquél tiempo un poco diluida, de este lado del mar, en medio de los
Andes, en otro mundo, estaba en Bolivia. Allí, por un efecto que no deja de
sorprenderme de los procesos históricos cuando se vuelven capilares,
experimenté la misma sensación por segunda vez, justo cuando las fuerzas más
oscuras de los poderes fácticos le decían "indio de mierda" a Evo.
Ahí comprendí que lo que ayudan a cambiar personas como Mandela es precisamente
la vida, en sus ritmos más cotidianos y en sus proyecciones más extensas.