Un corte de carretera en 2005 fue la tarjeta de presentación de uno de los mayores movimientos sociales del África actual: Abahlali baseMjondolo, el movimiento de los ‘shack dwellers’ o habitantes de los poblados de chabolas que han seguido proliferando en la Sudáfrica post-Apartheid. Richard Pithouse, profesor de política en la Universidad de Rhodes, participa activamente en el movimiento y vino invitado por el Observatorio Metropolitano de Madrid para explicar sus claves.
En su exposición, y en la entrevista posterior, el profesor Richard Pithouse aclara que la situación de los 35 asentamientos chabolistas (“shack settlements”) de Durban donde arraigó primero el movimiento no es algo excepcional en las ciudades del Sur global. “Estos asentamientos han permitido una serie de experimentos políticos insurgentes en lugares como Haití, Venezuela y Bolivia”, explica. En el caso de Sudáfrica, los poblados informales serían para Pithouse “el lugar central” para la política desde al menos la mitad de la pasada década.
El movimiento ha convertido los desalojos en la clave central de su discurso fuertemente comunitario: “Las autoridades tiran las casas para revalorizar la tierra, y el movimiento lo que dice es que el valor social de la tierra debe prevalecer”, resume Pithouse, para quien la insistencia de los chabolistas en permanecer donde actualmente residen supone una “gran ruptura”.
Según indica el profesor, las bases de Abahlali son “étnicamente diversas” y representativas de la compleja historia colonial del país: descendientes de los hindús “trasplantados” por la colonización británica se juntan con emigrantes actuales procedentes de otros países africanos. Su defensa del territorio frente a la alternativa del realojo no es por lo tanto identitaria. “Permancer cerca de los núcleos urbanos donde se accede a los trabajos y a la formación es elemental para la gente que vive en los asentamientos”, enfatiza Pithouse. Uno de los últimos casos de conflictos por los realojos llegó a los tribunales y resultó el 19 de septiembre en una sentencia favorable a 37 hogares pobres que estaban realojados en un poblado temporal.
“Claro que con el Apartheid también existían estos asentamientos, pero el Congreso Nacional Africano (CNA) no se los tomaba en serio como espacio de intervención y decidió dejarlos para las ONG y la policía”, es una de las respuestas de Pithouse cuando se le pregunta por la hostilidad del movimiento con el CNA, el partido que protagonizó institucionalmente la lucha contra el Apartheid. “Para el CNA y el Gobierno somos un movimiento antinacional”, se queja Pithouse.
“Hay que entender que el CNA fue desde el principio un partido de élites”, explica Pithouse. “Lo que ocurriera en los sectores más pobres realmente no les importaba, y desde que gobiernan se han apoyado en las élites internacionales”, indica.
Autonomía frente al CNA
La composición de clase de los asentamientos, marcada por el trabajo informal y la precariedad, tampoco ha resultado llamativa para los aliados del CNA, el Partido Comunista Sudafricano y la Confederación de Sindicatos. Ante la frecuente represión (con disparos y muertes de activistas incluidas, si bien en los últimos años se ha suavizado), “ha sido más fuerte el apoyo de sectores de la Iglesia, como el arzobispo anglicano de Durban, que el de la clase media de izquierdas”.
De hecho, el movimiento identifica a este sector social no con unos compañeros de viaje equivocados, sino como parte de la clase política y de la estructura de las ONG contra los que mantienen un discurso de radical autonomía. Que la composición social de Abahlali es otra queda patente en sus estatutos: la cuota para pertenecer formalmente al movimiento es de un euro al año, una cantidad que ingresan unas 10.000 personas de un total de 25.000 afiliados.